lunes, 18 de octubre de 2010
ASEDIOS AL ARTE DE NEIL YOUNG
por Leonidas Rubio
"Toda esa gente cree que lo ha conseguido/ pero yo no compraría, vendería, prestaría o cambiaría
/ nada de lo que tengo para ser como uno de ellos. / Prefiero comenzar de nuevo"
(N. Young: Motion Pictures)
La razón por la que Neil Young es adictivo es que su arte procede del más rotundo hundimiento de alma. En ningún otro músico de rock es posible como en Neil Young estar seguro de que nada es pose, tanto como nada es impostura. Neil Young no sabe más que ser sincero, y no es que otros no lo sean, sino que en su caso esta sinceridad siempre es un riesgo, una exposición desgarrada, una intensidad de vaciamiento que se plasma en su lenguaje con el daño ("damage done") y la rara belleza del que se entrega en una canción a pesar de sí mismo, sin reserva, fuera de todo cálculo. Hay músicos como David Gilmour que son al rock como Beethoven es a la música clásica, siempre perfectos y precisos. Otros como Neil Young son lo que sería un Eric Satie o un Gershwin; sucio, contaminado de diversidad de vida, al borde del desastre, que tanto pueden sonar a sinfonía como a garaje, tanto a salón como a bar, tanto a calle como a cuarto solitario. Su olfato formal y su imaginación melódica son infalibles, no obstante ser puro nervio, puro latido.
En la guitarra acústica:
El pulso pesado se aviene con el galope. No por nada el peso es precisión. Su técnica es rasgueo, arpegiado y percusión simultánea, en síntesis de estilo. Suena el acorde completo, la melodía y el soporte físico del instrumento como si fueran tres manos derechas sobre las cuerdas, alternando, ensuciando y aclarando, con los tres niveles de la música puestos al desnudo en la emisión, ritmo, armonía y melodía crudas e integradas. Ahí están los ejemplos de "Ambulance blues", "New mama", "Needle and the damage done" bastando por sí solos. Pero cada pieza es un ejemplo. Sólo podría tener émulo en algunas costumbres del flamenco, salvo porque en Young su técnica procede de una absoluta y conciente falta de técnica. Es intuición y franqueza en estado puro allí donde la guitarra flamenca es disciplina. El ejercicio acústico de Neil Young carece de todo método. Es una respiración, un instinto. Hay que oír las cuerdas, los acordes y la caja vivas: el galope, el resuello.
En la guitarra eléctrica:
Nunca quiere ser virtuoso. Evade la velocidad, la fría limpieza o las rutinas de digitación más prestigiosas para reemplazarlas por el fraseo simple, emotivo, llano. La improvisación no se nota porque la melodía es siempre recurrente, pero la pauta tampoco se nota porque es antojadiza, recreada por la ejecución impulsiva, nunca rígida o aplastante como en otros maestros del rock, cuya maestría se basa en provocar la admiración de lo inigualable. En el caso de Young su guitarra eléctrica es empatía, diálogo, comunicación directa. Se diría que cada compás puede imitarse por un aprendiz más o menos avanzado, pero en esa misma aparente facilidad está su identidad. Es tan sencillo que es único, irrepetible, inútil de reproducir. Detrás de sus solos hay una tracción, un motivo imperioso. Podría quedar demostrado en esa suerte de himno que es "Like a hurricane", donde el interludio por sí solo bastaría para inscribir a Young entre las páginas inmortales del rock, junto a Jimmy Page, Brian May, Robby Krieger o el citado Gilmour como los guitarristas más inspirados del rock, pero sin dejar de ser, antes que aquéllos, el más abisal, el más ácido, el más ebrio de espontaneidad y fiebre emotiva, el más dramático.
En la armónica:
Ese instrumento de solitarios allí donde los haya adquiere en Young una transparencia nueva. No abusa del patrón armónico exacto que ofrece el artefacto sino que extrae la melodía en alternancia con los acordes automáticos para hacer del fraseo una pequeña pieza orquestal. Puede observarse en "Heart of gold" o en "Herpless". La melancolía paradigmática del pequeño instrumento de las estepas se dulcifica, se resigna. En "Ambulance blues" ya se enreda, se arrastra envuelto en el violín áspero, continuando la melodía y el contenido de la letra con la humildad cruenta de un hueso que se descarna al sol. Hay esa aridez, esa desolación en cada nota y sólo por un toque de ese carisma que se llama Neil Young, duele pero repara, acompaña, se hace cómplice. "Ambulance blues" ya no es una canción, es una herida porfiada. Y es sabido lo que ocurre cuando aquellas no matan. Por eso los 8.57 minutos de su duración se multiplican en reiteraciones sin corte en la memoria auditiva y emotiva. No cicatriza. No se desea que cicatrice.
En el piano:
Apenas se le reconocería si no fuera porque el eclecticismo de su lenguaje prepara para todas sus facetas. Frente al teclado el visceral trovador se vuelve un reposado maestro de limpieza infalible. Siempre sin virtuosismo, apelando al sonido universal y cristalino del piano, está hablando de tú a tú con cada oyente, desnudo de todo efectismo. "Philadelphia" es intemporal, sólo se tiene como medida de sí misma. Suena clásica, new age, pop, abierta, alada. ¿Cómo se consigue una canción así? Se ha hecho hábito de necios decir que su música para teclado electrónico le es extraña y de menor logro. La crítica reclamó de vuelta al vaquero hippie, al rupturista, al reventado. Por cierto que Young les dio parcialmente la razón con "Raged glory" (1991) pero en su trabajo con las teclas durante los años ochenta probó que podía detenerse en una arista de su poliedro creativo sin agotarse del todo en ella, sino algo mejor, recorrer los ángulos, expandir el idioma de su sonido, romper su propio libreto. Y como respuesta elocuente a quienes creen conocerlo mejor que sí mismo, tomó esa pieza maestra de rabia eléctrica y electrizante que es "Like a hurricane" y la dejó registrada en órgano de fuelle, a voz solista, casi como si fuera un cántico religioso. ¿Quién se atreve con él?
En los arreglos:
Ya sea frente a una orquesta sinfónica como en "A man needs a maid" o "There's a world" (la London Symphony Orchestra) o liderando las legendarias bandas Búfalo Sprienfield o Crazy Horse su concepto es siempre el mismo: escaso y dosificado contrapunto, mucha simultaneidad, armonías llenas, acordes macizos, timbres pesados. Hay que oír los bronces, los arcos, los bajos continuos, los destiempos que entran en el compás solapados y reacomodan las figuras como empujando, acentuando con énfasis los tiempos fuertes para contrastar con el alivio de una estrofa solista. Uno oye que hay una artista siempre, pero también hay un ingeniero, y hay sobre todo un hombre que ha sufrido cada una de sus notas y sus palabras. "Es mejor quemarse que marchitarse de a poco" parece insistir.
En la voz:
Siempre entre lo gutural o lo nasal, tal parece que su voz debe desprenderse de los bordes, de los límites físicos de la emisión, que son los límites de la idea, con la ventilación forzada, tensa, no obstante el flujo, la comodidad del nervio acostumbrado a la extenuación. De pronto hasta francamente desafinado o deliberadamente fuera de registro para señalar lo escalofriante, lo alucinado, lo empapado de su franqueza, el todo o nada, como se escucha en "Mellow my mind". Algunas líneas semi declamadas, algunos susurros. Registro menos que amplio desde intermedio hasta agudo casi falsete, dentro de él se mueve con soltura. En su espléndida juventud el volumen erizaba los pelos del oyente. Pero el volumen sobresaliente lo abandonó alrededor de los 35 años para dejarle uno que es sólo suficiente, conservando los matices, los trucos, el sello Neil Young, la voz de eterno niño taimado que sus seguidores adoran. De pronto el tono épico recuerda que estamos frente a un combatiente, un desasosegado, un revoltoso de la música, un maldito. Allí queda el testimonio de "Hey, hey, my, my" en vivo el año 1985, en el concierto Farm Aid. El público agradece cada línea y cada nota.
En los controles:
Hay que dejar la mezcla un poco sucia, un poco plana, un poco cruda. Digamos, lo justo y necesario. Debe escucharse siempre como si estuviera en vivo. Las grabaciones que lo han hecho célebre, los discos "Harvest", "On the beach" "Tonight's the night", se hicieron prácticamente todas en una toma, en directo, en dos o tres noches de sala, cables y copas. Y eso se escucha. Los canales distribuidos como si se tratara de un concierto medio descuidado. Necesita hablar a cada uno con sus discos, no a una masa informe. La invitación ritual es para el conjuro colectivo. Cuando se hacen las sesiones de "Tonight's..." están frescos aún los duelos recientes de los amigos que la sobredosis puso al otro lado: Danny Whitten y Bruce Berry, de la mafia del primer Crazy Horse. El mismo Neil lo cuenta: "Había un montón de vibraciones entre nosotros. Había mucho espíritu en la música que grabábamos. Recuerdo toda la experiencia en blanco y negro. Íbamos a los estudios a las cinco de la tarde y empezábamos a inyectarnos, bebiendo tequila y jugando billar. A medianoche, empezábamos a tocar. Y tocábamos por Bruce y Danny en su camino a través de la noche. No soy un yonki, y ni siquiera voy a intentar comprobarlo… pero nos inyectábamos, justo en el límite donde nos sentíamos lo suficientemente abiertos al ambiente. Era espectral. Probablemente sienta este álbum más que cualquier cosa que haya hecho nunca". Se suele decir que ese toque a fondo son esos álbumes, el ciclo negro, especialmente los tres cortes largos de "On the beach": "Motion Pictures", "Ambulance blues" y la homónima del disco. Tres temas con las venas hinchadas, grabados en estado de crisis con trago fuerte y sustancias duras, de sonido irritado y onírico, enclaustrados, purgantes, de cabeza contra el lavabo. La guitarra y el bajo somnolientos, la voz lánguida, casi murmurando, no obstante definitiva. Son momentos impagables de la historia de la música popular. Pero hubo un lapso diferente, debe advertirse: el período precoz si es que puede así llamarse, con Búfalo Springfield y en el cuarteto Crosby, Nash, Stills & Young. También abarca su inaugural "Young 1969". Fue el momento de la mezcla exacta, del laboratorio, del retoque de estudio. De allí quedará testimonio de su pericia rítmica, su energía y su imaginación sonora desbordante en temas ya por completo inclasificables como "Broken Arrow", "Mr. soul", "Country girl" o la clarividente "Expectinc to fly": psicodelia, jazz, rock, folk, gospel, blues, sinfónico, vanguardia. Tiene 22 años y ya está maduro para sonar a su antojo. Es metódico, ordenado en el diseño y limpio en la ejecución. Empezará a hacer su camino al revés conforme gane vida y pierda esperanza. Y sin embargo es fácil advertir la línea de continuidad en el cambio. En 1969 en su primer disco solista se escucha "The last trip to Tulsa", un recitativo de 9.28 minutos de duración, donde ya se asoma el hombre de 65 que entrega este 2010 su hipnótico "La noise", con un tema como "Love and war" que es una catarsis resuelta con electroacústica pesada y solitaria, resumiendo en 5.57 toda la estética grunge conocida hasta ahora. El arco de 41 años se extiende ancho en coherencia.
El rostro:
Los ojos calipso punzantes; el entrecejo crispado, la mirada entre malévola e inocente, congeladora; la sonrisa sardónica, escéptica, como venida de vuelta, pero acogedora. Labios delgados con un ligero rictus de desprecio. Ocasionalmente las patillas épicas hacen juego al personaje, como el sombrero, los amuletos. En la actualidad podría parecer más bien el abuelo de aquel muchacho desgarbado de cabello largo que tocaba y cantaba cada pieza como si fuera la última de su vida. El ajetreo, los duelos, el viento seco de su entrañable Toronto o del Oeste yanqui y los litros incalculables de alcohol que se ha metido pueden verse en su tamaño que ya se curva, sus surcos y canas. Se nota al veterano de rancho, de trasnoche aguardentoso, de caballo o de auto viejo y descapotado, al padre de dos hijos con parálisis cerebral, al epiléptico que huía de clases con una guitarra escondida, al aguafiestas que se escabullía después de los conciertos para no padecer la aburrida idolatría de los ayudantes o los fanáticos o incluso de los colegas empachados de fama. Los ojos felinos apenas delatan cansancio. Miran desde el aguante parecido a inmortalidad. No por nada Neil Young dice "mi música y el modo en que se presenta son inseparables e indistinguibles". Sólo el primer Artaud hablaba y miraba así desde su credibilidad de piedra. Esa mirada no se le admite a cualquiera. El que sabe, sabe.
Dead Man
La banda sonora de la película Dead Man (Jim Jarmusch, 1996) es una obra minimalista, un arte del detalle. Es estupefaciente. Un tema central de 3.20 minutos, de ambiente western para un film de polisemia inagotable. Luego un collage de fragmentos y acordes que se desprenden del leit-motiv por su solo poder evocativo: trozos, ruidos, vibraciones, ecos, efectos, distorsiones, ideas sueltas. Con todo, la guitarra relata el argumento: está el tren, el mar, el galope, la noche, el bosque, la canoa en el río, los balazos, la agonía. Esta vez Neil Young hace música para palabras que no son suyas, pero que habrá de apropiarse oblicuamente con la experiencia del desborde psicodélico que le es conocida. El videoclip del tema central deja oír la voz de Jonny Deep que declama con reposo casi inexpresivo tres aforismos del poeta inglés William Blake:
1.- La antigua tradición de que el mundo será consumido en llamas al final de seis mil años, es cierta: me lo dijo el Infierno.
2.- Cuando la totalidad de la creación sea consumida, aparecerá infinita como es y no como ahora la vemos: lucirá incorruptible.
3.- Si las puertas de la percepción se abrieran, todo aparecería ante los hombres tal como es: infinito.
Como epígrafe tácito de los compases obsesivos puede seguirse el dístico ejemplar de Blake que tanto fascina a Nobody, el nativo de la película: "Hay quienes nacen en el dulce encanto / hay quienes nacen en la noche eterna". Pero algunos seres han nacido a medias entre ambos dominios. De aquellos es Neil Young, el hombre que dice "mi forma de tocar la guitarra da asco"; el buscador de un "corazón de oro" en los abismos, con el "estropicio consumado" del tuteo con la muerte, las toxinas, la competencia con sí mismo, entre el encanto o el espanto, si acaso no son la misma cosa. No le ha faltado fama ni fortuna pero su premio a escala no es otro que el sonido de la locura, que siempre se transita de ida y vuelta, hasta merecer el último viaje, por supuesto. La mutabilidad del inconforme es su testimonio y su único sistema, aunque canse al inadvertido: "Cada uno de mis discos es para mí como una autobiografía en curso. No puedo escribir el mismo libro cada vez. Algunos artistas pueden..., pueden publicar tres, cuatro discos al año que suenan todos jodidamente igual. No es mi rollo, mi rollo es expresar lo que está en mi mente. No espero que la gente escuche mi música todo el tiempo, a veces es demasiado intensa […]". Pero siempre habrá algunos que no toleran un día sin oírlo. Y los otros, ¿qué habrán puesto en su lugar? ¿Cuando se cansarán del relleno? O que lo pregunte el mismo Neil: "Cuando las autopistas se atasquen/ y las montañas entren en erupción, / y el valle sea tragado por las grietas del suelo/ ¿Vas a escucharme finalmente?". Que bien funciona cualquier respuesta.
Octubre de 2010
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